Caminaba Jesús con sus discípulos y les preguntó: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?
Ellos respondieron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”.
Algunas personas relacionaban a Jesús con Juan el Bautista porque al inicio ambos traían el mismo mensaje: “El Reino de los Cielos se ha acercado”.
Otros vinculaban a Jesús con Elías por sus milagros y portentos. Y había un sector que pensaba que Jesús era un profeta, un mensajero de Dios como tantos que ya habían aparecido.
A estas alturas, podríamos preguntarnos: ¿Quién es Jesús verdaderamente? ¿Solo un personaje histórico? ¿Un hombre piadoso que hablaba muy bien? ¿Un sanador de diversas enfermedades? O, quizás, ¿Un soñador que quiso cambiar al mundo?
Esta misma pregunta, Jesús se la hizo a sus propios discípulos. Entre ellos emergió Pedro y dijo: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente!
Inmediatamente, Jesús le respondió: “Bienaventurado eres, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Analizar al Salvador con nuestra mente finita nos conducirá indefectiblemente al error; mientras que recibir la revelación directa del Creador nos mostrará a Jesucristo como el Hijo de Dios, el Señor que venció la muerte para traernos salvación.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
— Mateo 16:16-17
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