¿Alguna vez pasaste de largo delante de alguien que sufría? Estabas muy apurado, ¿verdad?
Jesús contó una historia: “Un hombre judío fue atacado por ladrones y lo dejaron medio muerto al costado del camino. Un sacerdote y un ayudante del templo pasaron por allí, vieron al hombre en el suelo, lo esquivaron y siguieron de largo.
Pero un habitante del pueblo rival a los judíos, lo vio tirado, sintió compasión por él, alivió sus heridas y se las vendó. Llevó al hombre a un alojamiento, cuidó de él, y pagó al encargado de la posada para que lo atienda hasta que él regresase”.
Jesús preguntó: “¿Cuál de los tres fue el prójimo del hombre atacado por los bandidos?”
El mundo sucumbe al sufrimiento, y aquellos que aun decimos llevar palabras de esperanza, podemos caer en la automatización, el enclaustramiento y el templocentrismo, que nos impide acercarnos al dolor de las calles, a la necesidad en las plazas, al tiritar de los que no tienen dónde pasar la noche.
Ellos también son nuestro prójimo, como lo son nuestra familia y amigos. Tienen las marcas del Creador en sus rostros, y sus ojos claman por redención.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Entonces pasó un samaritano despreciado y, cuando vio al hombre, sintió compasión por él. Se le acercó y le alivió las heridas con vino y aceite de oliva, y se las vendó. Luego subió al hombre en su propio burro y lo llevó hasta un alojamiento, donde cuidó de él”.
— Lucas 10:33-34
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