Una de las necesidades primordiales de todo ser humano es amar y sentirse amado. Saciar el hambre, tener un techo y mantener la salud, podrían darnos cierta estabilidad temporal. Pero, ¿Qué pasa si tenemos todo eso y no estamos cobijados de amor?
La sensación de vacío en el corazón y de no pertenencia, es uno de los males característicos de la sociedad actual. Literalmente, el mundo muere por falta de amor.
Jesús, en una oportunidad dijo: “Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros; como yo los he amado, ámense los unos a los otros”.
Dios sabe perfectamente lo que necesitamos. Hemos sido diseñados por amor; hemos sido creados para amar y ser amados. Por eso nos marchitamos en ambientes nocivos; por eso nos enfermamos física y espiritualmente cuando somos marginados, rechazados e ignorados.
Para Jesús, estar rodeados del vínculo de amor es determinante en la formación de nuevos hombres y mujeres, de familias saludables, de comunidades sanadoras.
La forma de amar que Él propone es muy desafiante, pero altamente efectiva: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
El amor de Dios no selecciona quién merece y quién no merece; es un torrente inagotable e imparable; es un río milagroso que transforma escenarios sombríos en valles llenos de vida. Quien haya bebido de esas aguas, sabe lo urgentes que son para la humanidad.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros”.
— Juan 13:34
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