Mucha gente piensa que orar es solo un acto religioso, pero es mucho más que eso. En realidad, orar es conversar con Dios, abrirle totalmente el corazón, sabiendo que nadie nos podrá entender tanto como Aquel que nos creó.
Cuando hablamos de conversar con Dios, hablamos de un acto sumamente privado, pero también sumamente interactivo. Nosotros nos comunicamos con Él a través de la oración, y Él nos responde a través de su Palabra.
De tal modo que no hay motivo para jactarse del hecho mismo de orar, ni mucho menos de la cantidad de tiempo que pasamos a solas con Dios, pues todo queda en el terreno de lo íntimo y natural.
Jesús nos invita a disfrutar de un tiempo constante con Dios, al afirmar: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.
Estar en la presencia de Dios con regularidad afina el carácter, nos proporciona paz, mejora la salud, nos da lucidez para tomar decisiones sensatas, y nos traslada de la fría orfandad a los dulces y seguros brazos de un Padre amoroso.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.
— Mateo 6:6
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