Un hombre con lepra se acercó, se arrodilló ante Jesús y le suplicó que lo sanara. “Si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio”, exclamó.
Movido a compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó. “Sí quiero”, le indicó. “Queda sano”. Al instante, la lepra desapareció y el hombre quedó sano.
Entonces Jesús lo despidió advirtiéndole: “No se lo cuentes a nadie”.
Grandes enseñanzas encontramos en este pasaje: Noten ustedes la humildad de este hombre, pues no conminó a Jesús a que lo sanara, sino que puso su enfermedad bajo la voluntad soberana de Dios.
Esto agradó enormemente a Jesús, pues aun en las enfermedades, “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).
Por supuesto que Jesús accedió, y no solo lo sanó, sino que tocó su cuerpo leproso para identificarse totalmente con su sufrimiento.
Le advirtió que no se lo contara a nadie, pues el Salvador jamás usó la sanidad como demostración de poder, sino como un acto de profunda compasión.
Resumamos: 1. Dios no está obligado a sanar a nadie, solo podemos rogarle en humildad. 2. El Señor nos acompaña activamente durante las enfermedades. 3. Jamás debemos hacer un espectáculo de la sanidad. La misericordia de Dios actúa muchas veces en silencio y paz.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Un hombre con lepra se acercó, se arrodilló ante Jesús y le suplicó que lo sanara.
—Si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio—dijo.
Movido a compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó.
—Sí quiero—dijo—. ¡Queda sano!”
— Marcos 1:40-41
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