Grandes multitudes seguían a Jesús, y él se volvió y les dijo: “Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
Aquí el término “sacrificar” implica poner a nuestra familia en el altar de Dios. De ninguna manera implica abandonar o dejar de amar; al contrario, estamos contrayendo un compromiso férreo delante del Señor de orar diariamente por ellos y tenerlos bajo nuestra responsabilidad.
Para lograr ello, debemos colocar a Dios en el primer lugar de nuestras vidas. Cuando esto sucede, veremos cómo todo comienza a ordenarse. Honrar al Señor y su Palabra hará que seamos mejores hijos, mejores cónyuges, mejores padres y mejores hermanos.
Nadie que abandona moralmente a su familia puede decir que tiene a Dios y a Jesús en el primer lugar de su corazón. Esta es una distorsión absurda del llamado del Señor y confunde mucho más a los que están involucrados.
Por eso, el Salvador incluye en el sacrificio a nuestra propia vida, con su terquedad e incomprensión de los planes de Dios.
Todo esto implica ser discípulo de Jesús: Tener a Dios en el primer lugar, ser un buen miembro familiar, y sacrificar nuestra vida en favor de todos.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Grandes multitudes seguían a Jesús, y él se volvió y les dijo: “Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
— Lucas 14:25-26
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