Jesús contó la siguiente historia: “Un hombre preparó una gran fiesta y envió muchas invitaciones. Cuando el banquete estuvo listo, envió a su sirviente para traer a los convidados, pero todos comenzaron a poner excusas referidas a su vida próspera.
El amo se puso furioso y dijo a su sirviente: “Ve rápido a las calles y callejones de la ciudad e invita a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos. A cualquiera que veas, insístele que venga para que la casa esté llena”.
Este relato nos habla del gran día de fiesta que Dios tendrá con todos sus hijos en el cielo. La invitación es para todos, sin ninguna excepción. La lista de convidados se inició con el pueblo de Israel, mas estos rechazaron acudir al banquete al negar a Jesucristo como el Mesías.
Prosiguen en la nómina todos los habitantes del mundo, de toda nacionalidad y lengua. Cada uno, nombre por nombre, tendrá la oportunidad de decidir si acude o no a la gran celebración. No hay ninguna restricción: Ricos y pobres, sanos y enfermos, tendrán su lugar en la mesa del Señor.
El único distintivo que se pedirá al ingreso será haber aceptado a Jesucristo como Salvador. La orden de Dios está dada para todos sus servidores: “A cualquiera que veas, insístele que venga para que la casa esté llena”.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Entonces su amo dijo: “Ve por los senderos y detrás de los arbustos y a cualquiera que veas, insístele que venga para que la casa esté llena”.
— Lucas 14:23
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