Arribaron a la tierra de los gadarenos, Jesús y sus discípulos. Allí apareció un hombre endemoniado, desnudo, que moraba en los sepulcros.
Este, al ver a Jesús, comenzó a gritar: “Qué tienes conmigo, Hijo del Dios Altísimo. Te ruego que no me atormentes”.
Los espíritus del mal influyen de dos maneras: La primera es la influencia externa, al enviar malos pensamientos y tentaciones para que las personas queden esclavizadas al pecado.
La segunda es mucho más directa y agresiva. Se trata de la posesión demoníaca. En este caso el o los espíritus inmundos hacen morada en el individuo.
En ambas situaciones, los espíritus inmundos ingresan gradualmente a la vida de personas que les van dando cabida sin saberlo. Las prácticas del libertinaje, rebelión, idolatría, brujería y espiritismo están directamente relacionadas con la influencia demoníaca.
Pero, para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Acerquémonos al Señor, pidamos perdón y renunciemos a toda práctica de la oscuridad. Nuestro Salvador tiene el poder para romper toda ligadura de impiedad y declararnos libres.
Fue entonces que Jesús liberó a este hombre endemoniado y toda la ciudad vino y lo halló vestido, en su cabal juicio, sentado a los pies del Salvador.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo”.
— Lucas 8:35
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