Cuando Jesús realizó el milagro de una gran pesca, Pedro cayó de rodillas y exclamó: “Señor, por favor, aléjate de mí; soy un hombre tan pecador”.
Jesús respondió: “No tengas miedo. De ahora en adelante pescarás personas”. Y en cuanto llegaron a tierra firme, Pedro y sus compañeros dejaron todo y siguieron a Jesús.
Por lo general pensamos que Dios bendice solo a quienes tienen una correcta comunión con Él; mas esto no siempre es así. Su amor y misericordia escapan a nuestro entendimiento.
Pedro aún no era un discípulo y fue bendecido con una tremenda provisión de Dios. Su primera reacción fue de vergüenza: Él sabía lo que estaba haciendo con su vida y jamás se hubiera imaginado recibir un “premio inmerecido” desde el cielo.
Su segunda reacción fue de temor: Concebía a un “Dios Castigador” y por eso se alejaba de Él. Vivía el círculo vicioso de necesitar al Altísimo y a la vez tener miedo de acercarse.
Por eso Jesús lo libertó mostrándole su amor incomprensible. Cada pez que llenó las redes le mostró a Pedro cuánto le amaba Dios, no importando su condición.
¿Sabes cuál fue su tercera reacción? Decidió salir de su círculo vicioso y seguir ese amor incomprensible, el amor de Jesús.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Así lo hicieron y recogieron una cantidad tan grande de peces que las redes se les rompían. Entonces llamaron por señas a sus compañeros de la otra barca para que los ayudaran. Ellos se acercaron y llenaron tanto las dos barcas que comenzaron a hundirse.
Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: “Apártate de mí, Señor; soy un pecador”.
— Lucas 5:6-8
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