Los religiosos de su tiempo buscaban a Jesús para tentarle. Uno de ellos, interprete de la ley, le preguntó: “Maestro, ¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?”
Jesús le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas”.
Esta respuesta sorprendió mucho al religioso. Él esperaba que el Salvador enfatizara algún ritual o costumbre tradicional que no involucre el corazón.
Jesús cambió completamente el sentido que tenía la palabra “mandamiento” en su época. Ya no se harían las cosas para aliviar las culpas, por temor al castigo o por conveniencia social; sino por amor y gratitud.
Amar a Dios con todo el corazón implica amarle con todas nuestras emociones. Amarle con toda el alma implica amarle con la totalidad de nuestro ser. Amarle con toda la mente es pensar constantemente en Él y anhelar conocerle más. Mientras que amarle con todas las fuerzas es concentrar toda nuestra energía y todo lo que hacemos, con el objetivo de agradarle a Él.
“Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento”.
— Marcos 12:30
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