Jesús, frente a la ciudad principal, exclamó: “Oh, Jerusalén, Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas y apedrea a los mensajeros de Dios. Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina protege a sus pollitos debajo de sus alas, pero no me dejaste”.
Jerusalén albergaba mercados bulliciosos, calles abarrotadas, mesones para peregrinos y grupos de casas modestas, así como viviendas más grandes para algunos de los residentes más prominentes de la ciudad. Pero, por sobre todo, contenía el fabuloso templo de Salomón.
Quien llegaba a la ciudad, tocaba el corazón de Palestina. Por eso Dios envió muchos profetas para atraer a su pueblo y abrazarlo con amor. Sin embargo, Jerusalén mató uno a uno a los mensajeros y decidió distanciarse en silencio del Creador.
Para aliviar su conciencia, convirtieron la ciudad en un centro de peregrinación religiosa; cambiaron su relación íntima con Dios por un conjunto de rituales interminables. En el fondo, eligieron separarse del Creador, dando una apariencia de estar cerca a Él.
¿No se parece Jerusalén a nuestras ciudades modernas? ¿No se parecen sus habitantes a nosotros hoy en día? Ellos terminaron matando al Salvador; nosotros lo estamos desapareciendo de nuestras vidas.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Oh, Jerusalén, Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas y apedrea a los mensajeros de Dios. Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina protege a sus pollitos debajo de sus alas, pero no me dejaste”.
— Lucas 13:34
Comparte la meditación del día con tus amigos en las redes sociales. Un mensaje oportuno puede marcar la diferencia en su camino.











Deja un comentario