Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: “Maestro, ¿Quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?”
Respondió Jesús: “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”.
A veces nos imaginamos que las enfermedades son un castigo de Dios. Justamente, cuando estamos enfermos y nos sentimos vulnerables, pensamos: “Seguro que Dios se ha olvidado de mí”, o “No soy tan importante para Él”.
Detrás de muchas enfermedades congénitas o de larga duración podría esconderse un resentimiento hacia Dios a causa de una gran tristeza.
Hay enfermedades que requerirán de una doble sanidad: La del cuerpo y la del alma, la del órgano deteriorado y las emociones dañadas.
Este hombre ciego vivía como un mendigo; su cuerpo y autoestima yacían en una árida calle de Palestina, hasta que se encontró con el Salvador.
El Señor le dio la vista que nunca tuvo, apreció por primera vez los colores de la vida y su alma fue restaurada. Así se manifestó en él la gloria de Dios.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿Quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”.
— Juan 9:1-3
Comparte la meditación del día con tus amigos en las redes sociales. Un mensaje oportuno puede marcar la diferencia en su camino.











Deja un comentario