Jesús comenzó a decir que él tendría que sufrir muchas cosas terribles y ser rechazado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los maestros de la ley religiosa. Lo matarían, pero tres días después resucitaría.
Lo extraño es que los que lideraron y pidieron su martirio y muerte eran conocedores de las Escrituras. Jamás pensaron estar asesinando al Mesías prometido por Dios.
Esto sucede cuando nos apasionamos, y presos de los celos religiosos, podemos hasta envidiar el éxito de los demás en el campo espiritual.
Los celos y el orgullo nos impiden ver el obrar multiforme de Dios en otros de sus hijos. Nosotros no somos los únicos elegidos, los favoritos del Señor, o los que tenemos la “patente exclusiva” de Dios para compartir las buenas nuevas.
Los que crucificaron a Jesús no fueron los soldados incrédulos; fueron los que pensaban tener la exclusividad de la enseñanza divina y pelearon por ella hasta volverse asesinos.
Los celos y el orgullo atentan contra la unidad del Cuerpo de Cristo. En lugar de arder de envidia, oremos por aquellos que Dios va levantando junto a nosotros para proclamar su Santo Nombre.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Entonces Jesús comenzó a decirles que el Hijo del Hombre tendría que sufrir muchas cosas terribles y ser rechazado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los maestros de la ley religiosa. Lo matarían, pero tres días después resucitaría”.
— Marcos 8:31
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