Habiendo realizado Jesús el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, aquellos hombres dijeron: “Este, verdaderamente, es el profeta que había de venir al mundo”.
La gente estaba maravillada con el Salvador. Había solucionado su problema alimenticio. Lo podría hacer tantas veces como fuere necesario. El hambre en su país quedaría extinguido.
Y qué decir con respecto a los milagros de sanidad que hacía. Toda enfermedad desaparecería y vivirían tiempos de total prosperidad.
Por eso, llegaron a la conclusión que este era el profeta que estaban esperando.
Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo.
Para el Señor, el cambio de una nación no sucedería desde las altas esferas, sino al interior del corazón de cada uno de sus habitantes.
“Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17).
Hagamos nuestra parte: El bienestar de los pueblos no vendrá con un cambio de régimen, ni con la publicación de nuevas leyes. La verdadera revolución es la del corazón.
Cuando Cristo viene a una vida, la transforma, la llena de virtudes, redirecciona a la familia, y toda la comunidad es positivamente impactada.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo.
Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo”.
— Juan 6:14-15
Comparte la meditación del día con tus amigos en las redes sociales. Un mensaje oportuno puede marcar la diferencia en su camino.











Deja un comentario