Jesús contó una historia: “He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron.
Parte cayó en pedregales, y brotó pronto, pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron”.
El sembrador es Dios y la semilla es su Palabra. Los diversos terrenos son los corazones.
El terreno junto al camino es el corazón que escucha la Palabra y no la entiende. El campo de pedregales es el corazón que oye, pero al no poder echar raíz, es de corta duración.
Mientras que el terreno de espinos es el corazón que oye la Palabra, pero los afanes y deseos de riqueza ahogan la preciosa semilla de Dios.
Felizmente, hay un cuarto terreno, que es la buena tierra. Es el corazón que oye, entiende la Palabra y da fruto.
En todos los casos, el problema no es el sembrador ni su preciosa semilla. El tema es siempre el campo del corazón. Preparemos ese lugar íntimo, retiremos la dureza del prejuicio, las piedras del rencor, las preocupaciones por el futuro.
Cada mañana, el sembrador llegará a nuestros campos con nuevas semillas de esperanza. Preparemos el terreno con diligencia y pronto veremos frutos multicolores de virtud.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga”.
— Mateo 13:8-9
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