Cuando Jesús estaba en Capernaum, les enseñaba en los días de reposo. Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad.
Había allí un hombre que tenía un espíritu inmundo, que daba grandes voces. El Señor le reprendió y le ordenó que saliera de él. Y el demonio salió.
Todos estaban maravillados, y hablaban unos a otros, diciendo: ¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen?
En otra oportunidad, en la ciudad de Jerusalén, le hicieron la misma pregunta. Los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad? (Mateo 21:23).
Lo cierto es que todos, hasta sus enemigos, reconocían la autoridad que tenía Jesús para predicar y enseñar sobre el reino de Dios, sanar a los enfermos y echar fuera demonios. Pero no conocían la procedencia de esta autoridad.
El Señor respondió a esta interrogante solo delante de sus discípulos, ya al final, cuando les dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:18-19).
La autoridad de Cristo viene del Altísimo, y ahora ha sido delegada a sus seguidores. Compartamos el evangelio, oremos por los enfermos y proclamemos libertad a los cautivos.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Y estaban todos maravillados, y hablaban unos a otros, diciendo: ¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen? Y su fama se difundía por todos los lugares de los contornos”.
— Lucas 4:36-37
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