Delante de la multitud, Jesús dijo: “Esta generación maligna sigue pidiéndome que le muestre una señal milagrosa, pero la única que le daré será la señal de Jonás.
Lo que le sucedió a él fue una señal para los habitantes de Nínive, de que Dios lo había enviado. Lo que le suceda al Hijo del Hombre será una señal para la gente de este tiempo, de que él fue enviado por Dios”.
Mucha gente buscaba a Jesús por sus milagros. Todos querían una señal portentosa, mas Jesús solo les iría a dar lo que realmente necesitaban: La señal de Jonás.
Jonás fue un profeta del Antiguo Testamento, enviado por Dios a una ciudad para promover su arrepentimiento. El profeta no quiso ir, y huyendo en sentido contrario, terminó tragado por un gran pez, donde permaneció por tres días.
Allí se arrepintió y oró a Dios. El pez lo expulsó de sus entrañas y acudió a la ciudad de Nínive con el mensaje del Creador. Toda la ciudad fue conmovida, se arrepintió y se salvó.
Esta es la señal de Jonás, la única señal que Jesús daría luego a toda la humanidad: El Salvador también estuvo tres días en la oscuridad, experimentó la muerte, y luego fue levantado por Dios delante de toda su generación. Es un hecho histórico consumado, la señal portentosa de que Jesús es el Señor.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Al apretujarse la multitud contra Jesús, él dijo: Esta generación maligna sigue pidiéndome que le muestre una señal milagrosa, pero la única que le daré será la señal de Jonás.
Lo que le sucedió a él fue una señal para los habitantes de Nínive, de que Dios lo había enviado. Lo que le suceda al Hijo del Hombre será una señal para la gente de este tiempo, de que él fue enviado por Dios”.
— Lucas 11:29-30
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