El trabajo de Jesús en la tierra estaba dirigido hacia aquellos que vivían en la oscuridad. El hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
Es por eso que Él dijo de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
El discipulado que inició Jesús, consiste en mirar con ojos de misericordia a una vida, restaurarla y hacerla brillar con su luz admirable.
Luego, este discípulo recibe el encargo de iluminar al mundo con esa misma llama del fuego de Dios.
“Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz” (Lucas 8:16).
Si eres un discípulo de Jesús y has sido restaurado por Él, la orden para ti es de brillar con su luz admirable.
Brilla con cambios notorios en tu carácter. Brilla con tus dones y talentos. Pero no dejes de brillar en un mundo en tinieblas.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
— Juan 8:12
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