Un oficial del ejército romano tenía un siervo que estaba muy enfermo y envió a llamar a Jesús para que acudiese a su casa.
El Salvador accedió y cuando estaban ya muy cerca, el militar envió otro mensajero para decirle: “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano”.
Dos aspectos que destacan en este oficial del ejército romano: Se consideraba indigno de estar delante de Jesús, pues, reconocía la majestad del Salvador, llamándole Señor.
Otro elemento resaltante en este militar era su seguridad inobjetable en la palabra de Jesús y en su autoridad sobre toda enfermedad.
El Señor se maravilló de este hombre, destacó su fe, e inmediatamente sanó a su siervo.
La alta investidura de este oficial romano no le impidió humillarse ante el Salvador. Reconoció que todo su poder militar y político era insuficiente para recuperar la vida de su siervo. Por eso se hizo a un lado y dio paso a que el poder de Dios entrara a su casa.
Humillación y reconocimiento del Señorío de Cristo: El final fue feliz para este hombre. Si diéramos los mismos pasos, cambiaríamos por completo la historia de nuestras vidas.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano”.
— Lucas 7:6-7
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