Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su ministerio público. Él era conocido como el hijo de José.
Cuando hablamos de la vida de Jesús, casi ni se nombra a su papá José. Él es el espléndido ejemplo de un papá a la sombra, que supo formar a su hijo hasta el punto de verlo brillar en su máximo resplandor.
José acepta a María como su esposa y viajan hasta Belén para ser censados. Allí asiste a su cónyuge en el parto sorpresivo del establo, y luego protege a su familia llevándolos a Egipto.
Cuando retornan, fija el lugar familiar en Nazaret y trabaja arduamente como carpintero para sostener su hogar. En esa ciudad le enseñó a Jesús su propio oficio y los altos valores de Dios.
El ministerio público de el Salvador fue grandioso, pero detrás tuvo un gran ministerio silencioso: El trabajo de un padre que lo formó y pulió hasta el punto de hacerlo brillar como persona.
Sí, Jesús era Dios, pero tuvo un extraordinario mentor que lo impulsó y acompañó en su infancia y juventud. Así, Papá José, y muchos papás, podemos llegar a ser parte trascendental y silenciosa en la historia de la humanidad.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Y decían: ¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice este: Del cielo he descendido?”
— Juan 6:42
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