Desde la antigüedad hasta nuestros tiempos, uno de los temas que genera más expectativas es si hay o no vida después de la muerte.
Jesús aborda este tema en particular cuando dice: “Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven”.
Con esto, el Señor confirma que habrá resurrección de los muertos. “Y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:29).
Jesús también detalla cómo será la condición de los que resucitan para vida eterna: “Ellos ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección” (Lucas 20:35-36).
Con este promisorio futuro para nuestras vidas, ¿Cómo no servir al Señor con fidelidad en estos cortos años que estaremos en la tierra? Decimos cortos, porque serán como nada, comparados con la inigualable felicidad de brillar eternamente junto a nuestro Padre celestial.
“Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:3).

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven”.
— Lucas 20:37-38
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