Una vez, Jesús estaba orando en cierto lugar. Cuando terminó, uno de sus discípulos se le acercó y le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan les enseñó a sus discípulos”.
Qué hermoso es saber que Jesús no imponía sus ideas a nadie. En el caso de la oración, Él dedicaba momentos especiales para estar con el Padre de una manera natural y espontánea. Anhelaba estar con Dios y disfrutaba mucho al estar con las personas en sus festividades.
El Salvador jamás fue un místico apartado de la gente. Era muy sencillo en su relación con Dios y muy sociable en el trato con su familia, vecinos y amigos.
Así se presentó como un ejemplo de vida. Por eso era admirado por las multitudes. Si alguien quería orar como Él, podía pedirle que le enseñe. El Salvador nunca impuso un tiempo de oración. Respetó mucho la relación personal, individual y genuina de cada uno con Dios.
Si Él fue así de natural y espontáneo, ¿Por qué queremos cambiar eso? ¿En qué momento nuestro trato diario con Dios se volvió sistemático, religioso y acartonado?
Volvamos a la época de Jesús, abracemos al Padre como niños libres y auténticos. No tenemos que impresionar a nadie. Solo disponemos de una vida para disfrutarla con Dios.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Una vez, Jesús estaba orando en cierto lugar. Cuando terminó, uno de sus discípulos se le acercó y le dijo: Señor, enséñanos a orar, así como Juan les enseñó a sus discípulos”.
— Lucas 11:1
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