Jesús tuvo que atravesar un largo camino para llegar hasta el río Jordán y ser bautizado.
Allí se encontraba Juan el Bautista. Las multitudes venían de muchos lugares para ser bautizadas, confesando sus pecados.
En medio del gentío, apareció súbitamente Jesús. Y Juan el Bautista no sabía si él debía bautizarle o si el Señor debía bautizarlo a él.
Jesús le dijo: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia”.
Con esto, el Salvador quería mostrar su obediencia a la voluntad de Dios y dejar un ejemplo a sus futuros seguidores.
Finalmente, Jesús ingresa a las aguas del río Jordán, y cuando salió, he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre Él.
Y hubo una voz de los cielos, que decía: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia”.
Una vida de obediencia y la respuesta de Dios, mostrando su aprobación. ¿Por qué no vivir igual, disfrutando de la presencia y amistad del Dios todopoderoso?
Cuando vivimos en obediencia al Creador, tenemos cielos abiertos, estamos en armonía con el Espíritu Santo, y disfrutamos de la autoridad y complacencia del Altísimo.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.
— Mateo 3:16-17
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