Jesús enseñó a sus seguidores a tener cuidado con la doble vida, es decir, aparentar externamente algo que no sucede al interior del corazón.
Lo dijo con estas palabras: “Guárdense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”.
Los fariseos eran el grupo religioso imperante. Se caracterizaban por realizar largas oraciones en público y daban limosnas con testigos, para ganarse la admiración de los demás.
Sin embargo, dentro de su corazón odiaban a Jesús y procuraban matarle. ¿Cómo es posible que una persona pueda partirse en dos, y decir amar a Dios y odiar a sus semejantes a la vez?
El Señor comparó la hipocresía con la levadura, que hincha la masa para que se vea más grande, y oculta el vacío que lleva por dentro.
El hipócrita religioso se mueve en lo externo: Habla, viste, camina y juzga con petulancia espiritual, para así disimular sus carencias internas. Es tan fuerte su deseo de ser aprobado, que sacrifica el orden y pasa a un segundo plano los cambios al interior del corazón.
La hipocresía o doble vida, vuelve al cristianismo en una actuación teatral; mira a la Iglesia como el gran escenario de los disfraces y aplausos.
Lo contrario a la hipocresía es la integridad: “Examínense para ver si están en la fe; pruébense a sí mismos. ¿No se dan cuenta de que Cristo Jesús está en ustedes? ¡A menos que fracasen en la prueba!” (2 Corintios 13:5).

VERSÍCULO DEL DÍA:
“En esto, juntándose por millares la multitud, tanto que unos a otros se atropellaban, comenzó a decir a sus discípulos, primeramente: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”.
— Lucas 12:1
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