Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.
Jesús conocía de cerca la realidad de los pobladores de las ciudades, así como la manera de pensar de los habitantes en las zonas rurales.
Si bien es cierto, sus metas e intereses eran distintos, sus necesidades internas coincidían sorprendentemente: Ambos estaban desamparados y dispersos.
Estar desamparado no siempre significa haber sido abandonado. Puede llegar a ser una decisión personal de renunciar a la ayuda y protección de Dios. Tomar las riendas de nuestra vida, ignorando la voluntad del Creador, pronto nos llevará a un escenario desolador.
Mientras que estar disperso, es esa extraña sensación de soledad, aun en medio de mucha gente. El alma reclama con tristeza que algo le falta en la vida. Es la sensación de la oveja extraviada que anhela con angustia ser rescatada por su Pastor.
Dios nos ha diseñado para vivir eternamente con Él. Cuando distorsionamos el diseño, aparecerá siempre la alarma, la sensación profunda de hallarnos desamparados y dispersos.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”.
— Mateo 9:35-36
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