Jesús era incansable recorriendo diversos pueblos y ciudades. Para aprender más de Él, solo había una alternativa: Tomar la decisión de seguirle por fe.
En una oportunidad, un hombre le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa”.
Y Jesús respondió: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.
El Señor no le estaba indicando que sea descortés con su familia. Al contrario, Dios nos anima a proveer de amor, tiempo y recursos para nuestros seres queridos.
Más bien, Jesús tenía la certeza que este hombre sucumbiría a sus propios sentimientos ante la opinión de sus seres cercanos. Y finalmente renunciaría a su deseo de seguir al Salvador.
La decisión de aceptar a Jesús como Señor no es una determinación grupal, sino cien por ciento personal. No podemos esperar ponernos de acuerdo para salvarnos en conjunto.
Poner la mano en el arado es la decisión individual de seguir a Jesús de una manera recta, responsable y constante, confiando en sus preciosas promesas.
Luego, podremos regresar y abordar a nuestros seres queridos, para mostrarles el valioso tesoro que hemos encontrado en el Salvador.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.
— Lucas 9:61-62
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