Llegaba la última noche de Jesús con sus discípulos. Se encontraban en Getsemaní, un jardín a los pies del Monte de los Olivos.
Era el momento de orar antes de su arresto. Jesús estaba entristecido y angustiado hasta la muerte. Les encargó velar en oración y se adelantó para estar a solas con Dios.
Cuando regresó, los halló durmiendo a causa de la tristeza. Y es que hay dos formas de enfrentar la aflicción y el sufrimiento. La más común es la evasión: Dormir, abandonarse a la pena, postergar el problema indefinidamente.
La alternativa más efectiva se las dio el Señor: “¿Por qué duermen? Velen y oren, para que no entren en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.
Jesús les estaba dando su última enseñanza: Enfrentar los problemas en oración, humillados bajo la poderosa mano de Dios, echando toda ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de nosotros.
No solo se trata de orar, sino también de velar, estar despiertos y atentos a los posibles ataques externos, que apelarán a nuestras flaquezas. Sometidos al Señor, reconociendo que el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.
— Mateo 26:40-41
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