Cuando pensamos en la palabra “Justicia”, nos concentramos en aquellos límites que los demás tienen que respetar en nosotros. Pero, ¿Qué hay de nuestra propia justicia hacia ellos? Allí solemos ser un poco más laxos, minimizamos nuestro error, y este hábito puede llevarnos a serios problemas.
Jesús nos advierte cuando dice: “¿Y por qué no juzgan por ustedes mismos lo que es justo? Cuando vayas al magistrado con tu adversario, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel.
Te digo que no saldrás de allí, hasta que hayas pagado el último centavo”.
El hábito de la justicia se cultiva desde el hogar, en las cosas más pequeñas. Si no lo has aprendido antes, todavía tienes tiempo de cambiar.
No respetar los niveles de autoridad, invadir la privacidad, consumir los alimentos sin tomar en cuenta a los demás, y evitar los roles de limpieza y orden en el hogar, son prácticas de injusticia que no debemos minimizar. Nos traerán serios problemas cuando salgamos al exterior.
Pasar por alto esta lección puede llevarnos a momentos que nunca antes hemos imaginado. Allí no bastará solo con orar. Tendremos que pedir perdón y arreglar el daño ocasionado.
Muchos niños, jóvenes y adultos incautos han terminado sorpresivamente tras las rejas.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“¿Por qué no juzgan por ustedes mismos lo que es justo? Si tienes que ir con un adversario al magistrado, procura reconciliarte con él en el camino, no sea que te lleve por la fuerza ante el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo”.
— Lucas 12:57-59
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