Algunas corrientes ideológicas afirman que para comprobar la existencia de Dios hay que hacerlo de una manera racional. Es decir, si algo no puede ser comprendido por la mente, entonces es probable que no exista.
Durante siglos se enarboló esta manera de pensar con gran orgullo intelectual.
Todo iba bien, hasta que se descubrió la existencia de los microorganismos y los elementos imperceptibles a los sentidos. Resulta que ya estaban allí, pero nadie los había comprendido con la mente.
A este tipo de intelectuales, Jesús se refirió cuando oró: “Oh, Padre, Señor del cielo y de la tierra, gracias por esconder estas cosas de los que se creen sabios e inteligentes, y por revelárselas a los que son como niños”.
Dios no tenía ningún problema con el intelecto. El problema era intelecto más orgullo: Eso nos separa de Dios. En cambio, los que son como niños poseen intelecto más humildad: Eso los hace partícipes de la revelación de Dios.
El intelecto no está reñido con la vida espiritual; al contrario, las Escrituras nos exhortan a presentarnos ante Dios con un culto o adoración racional. Nuestro entendimiento debe ser renovado por la Palabra de Dios para disfrutar plenamente su voluntad agradable y perfecta.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“En esa ocasión, Jesús hizo la siguiente oración: “Oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, gracias por esconder estas cosas de los que se creen sabios e inteligentes, y por revelárselas a los que son como niños”.
— Mateo 11:25
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