Estaba Jesús hablando con sus discípulos, y allí les recomendó: “Cuando estén orando, primero perdonen a todo aquel contra quien guarden rencor, para que su Padre que está en el cielo también les perdone a ustedes sus pecados”.
La oración no es solo para pedirle cosas a Dios. Aquí encontramos una función poco comentada de este ejercicio espiritual.
Nos sirve también para meditar y confrontar nuestro accionar con la santidad de Dios. Cuando estamos en su presencia, el Espíritu Santo comienza a mostrarnos los errores que debemos confesar y dejar en el altar de Dios.
Entre ellos está el rencor y el rechazo escondido a otros. En la presencia de Dios, aprendemos a perdonar como Él perdona.
Un precioso pasaje de las Escrituras dice: “Se llenó de amargura mi alma, y en mi corazón sentía punzadas. Hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos” (Salmos 73:21,17).
Nuestra naturaleza egoísta nos lleva a ser rigurosos con los demás. Exigimos una reparación altísima ante el daño recibido, olvidando la deuda impagable que Cristo cubrió por nosotros.
Allí en el santuario, podemos recordar su inolvidable frase en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Cuando estén orando, primero perdonen a todo aquel contra quien guarden rencor, para que su Padre que está en el cielo también les perdone a ustedes sus pecados”.
— Marcos 11:25
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