Cuando Jesús pasaba por las calles, la gente presentaba a sus niños para que los tocase y los bendijera. Los discípulos no entendían la situación; pensaban que los pequeños venían solo a causar desorden y les impedían acercarse.
El Maestro corrigió su actitud: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se los impidan; porque de ellos es el Reino de Dios” (Marcos 10:14).
Esta afirmación sorprendió a los discípulos. En aquellos tiempos se consideraba a los niños como una categoría inferior, oficialmente sin derechos, e incapaces de tomar decisiones.
Jesús le dio un nuevo valor a la niñez en su época, y aun los puso como ejemplo al decir: “De cierto les digo, que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
El Señor se estaba refiriendo a aquellas preciosas virtudes que tiene un menor: Su fe, sinceridad, humildad y anhelo de protección.
Tal vez, hemos ido perdiendo eso con los años. La vida y sus sinsabores nos van endureciendo, hasta el punto que hemos enterrado al niño ilusionado que llevamos dentro. Por eso nos cuesta creerle a Dios, lo cuestionamos y somos inconstantes en sus caminos.
Quizás sea un buen momento para recoger el corazón de niño que dejamos, correr y abrazar a Dios sin condiciones, como cuando éramos libres, y disfrutar plenamente de su Reino.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“De cierto les digo, que el que no reciba el Reino
de Dios como un niño, no entrará en él”.
— Marcos 10:15
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