Y cargando su cruz, Jesús salió al lugar llamado de la Calavera. Allí le crucificaron, y con él a otros dos.
Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: “Mujer, he ahí tu hijo”. Después dijo al discípulo: “He ahí tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Jesús, aun en la agonía de la cruz, se preocupó por el cuidado de su madre. No solo se interesó por sus necesidades materiales, sino también por su crecimiento espiritual.
Por eso se la encargó al mejor hombre que tenía, su discípulo amado. ¿Quién mejor que él podría cuidarla con tanto amor, y relatarle las increíbles historias y enseñanzas del Salvador?
El resultado final lo vemos luego de la muerte de Jesús: En el aposento alto de Jerusalén, todos los discípulos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos.
Reservemos tiempos de calidad para cuidar de nuestros padres. Ellos nos enseñaron a caminar; nosotros podemos enseñarles el camino, la verdad y la vida en Jesucristo.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.
— Juan 19:25-27
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