Cuando el “hijo pródigo” regresó a su casa, su padre le vistió con la mejor túnica, le puso un anillo y sandalias para sus pies. Mató el mejor becerro y celebraron un gran banquete.
El hermano mayor venía de trabajar en el campo, se enojó y recriminó a su padre: “Todos estos años he trabajado para ti incansablemente y nunca me negué a hacer nada de lo que me pediste. Y en todo ese tiempo, no me diste ni un cabrito para festejar con mis amigos”.
El evento reveló que el hermano mayor, “El hijo ideal”, vivía resentido con su papá. Buscaba su aprobación constante; por eso era un gran trabajador. Su padre nunca celebró sus logros ni su llamativa obediencia. Terminó sintiendo un fuerte rechazo por su hermano menor.
Estoy pensando en aquellos hijos que son poco felicitados por sus padres, estoy pensando en aquellos cristianos que son poco reconocidos en sus congregaciones. Tal vez esconden leves rastros de amargura en sus corazones.
Pero la respuesta del padre fue contundente: “Mira, querido hijo, tú siempre has estado a mi lado y todo lo que tengo es tuyo. Teníamos que celebrar este día feliz, pues tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ahora ha sido encontrado”.
No es el momento de la recompensa; la recibiremos en el cielo. Nos toca ahora esforzarnos y celebrar con júbilo cada vez que un hermano menor regresa a casa.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Su padre le dijo: “Mira, querido hijo, tú siempre has estado a mi lado y todo lo que tengo es tuyo. Teníamos que celebrar este día feliz. ¡Pues tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida!¡Estaba perdido y ahora ha sido encontrado!”
— Lucas 15:31-32
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