Jesús relató: “Un hombre tenía dos hijos. El menor le dijo al padre: “Quiero la parte de mi herencia ahora, antes de que mueras”. Y el padre accedió a dividir sus bienes entre los dos.
Pocos días después, el hijo menor empacó sus pertenencias y se mudó a una tierra distante, donde derrochó todo su dinero en una vida desenfrenada.
Al mismo tiempo que se le acabó el dinero, hubo una gran hambruna en todo el país, y él comenzó a morirse de hambre”.
Si bien es cierto, este es solo el principio de una historia, nos grafica muy bien algunos errores en la administración de recursos, contrastados con la voluntad de Dios.
En primer lugar, no es el hijo mayor el que pide el adelanto de herencia, sino el segundo, rompiendo así el orden establecido. Con este inicio, de seguro todo iba a terminar mal.
En segundo lugar, el hijo menor recibe la inusual cantidad de dinero y se muda a una tierra distante. Es decir, no se deja enseñar por su padre a administrar los recursos con propiedad.
Luego, derrocha todo su dinero en una vida desenfrenada y termina muriéndose de hambre.
Cuando Dios permite que recibamos fuertes cantidades de dinero, no es para perder el control. Lo primero que debemos hacer es dar gracias a Dios, pedir sabiduría, dejarnos enseñar, tomar una pausa para planificar, ahorrar, y cubrir necesidades con sobriedad.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“El hijo menor le dijo al padre: “Quiero la parte de mi herencia ahora, antes de que mueras”. Entonces el padre accedió a dividir sus bienes entre sus dos hijos.
Pocos días después, el hijo menor empacó sus pertenencias y se mudó a una tierra distante, donde derrochó todo su dinero en una vida desenfrenada”.
— Lucas 15:12-13
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