Jesús contó una historia: “Si una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No encenderá una lámpara y barrerá toda la casa hasta que la encuentre? Luego, llamará a sus amigos y vecinos y les dirá: “Alégrense conmigo porque encontré mi moneda perdida”.
De la misma manera, hay alegría en presencia de los ángeles de Dios cuando un solo pecador se arrepiente”.
¿No les parece exagerado que una mujer haga tanto laberinto por una moneda perdida, si le quedan aún nueve? Quizás, el detalle está en el valor de esa moneda: Una moneda de plata equivalía a 16 años de trabajo para un jornalero.
Si hablamos de 10 monedas de plata, significaban el esfuerzo de una vida invertida. ¿Y qué tal si todas esas monedas le hubieran sido confiadas a la mujer por su esposo? ¿Cómo haría para darle cuenta de la pérdida?
Los amigos y vecinos fueron testigos de la angustia de la protagonista, y por eso celebraron con júbilo la recuperación del objeto de valor.
Esa moneda valiosa somos nosotros. Jesús invirtió su vida para ganarnos y recibió el encargo de cuidarnos. Por eso le dijo a Dios: “De los que me diste, no perdí ninguno”.
Somos el motivo de la fiesta, somos la alegría de Dios por habernos encontrado.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“O supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No encenderá una lámpara y barrerá toda la casa y buscará con cuidado hasta que la encuentre? Y, cuando la encuentre, llamará a sus amigos y vecinos y les dirá: “¡Alégrense conmigo porque encontré mi moneda perdida!”. De la misma manera, hay alegría en presencia de los ángeles de Dios cuando un solo pecador se arrepiente”.
— Lucas 15:8-10
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