Se encontraba Jesús predicando, cuando su madre y sus hermanos vinieron a Él. Pero no podían alcanzarle por causa de la multitud.
Jesús ya estaba recorriendo las aldeas y ciudades, y su familia lo extrañaba. Por eso venían a verle. Y se le avisó, diciendo: “Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte”.
Él entonces, respondiendo, les dijo: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra de Dios, y la hacen”.
Jesús, de ningún modo, estaba desatendiendo a su familia. Muy por el contrario, los había sustentado hasta los 30 años con su oficio de carpintero.
Inclusive, estando crucificado y en agonía, le pidió a su discípulo amado que se hiciera cargo de su madre.
Lo que Jesús estaba puntualizando es que el mismo amor y cuidado que Él tenía por su familia lo vertía y lo vierte sobre aquellos que oyen la Palabra de Dios y la hacen.
“Porque Jesús, que santifica y los que son por Él santificados, de Dios son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:11).
No solo somos ahora familia de Dios, sino que tenemos al mejor hermano mayor que uno pueda tener: Uno que nos protege, acompaña, aconseja y alienta en el camino de la vida.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Y se le avisó, diciendo: Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte. Él entonces respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra de Dios, y la hacen”.
— Lucas 8:20-21
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