En una oportunidad, un intérprete de la ley le preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”
Jesús le respondió: “Un hombre descendía por el camino, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron e hirieron, dejándole medio muerto.
Descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo, un asistente del templo lo miró y también pasó de largo.
Pero un Samaritano, viéndole, fue movido a misericordia. Vendó sus heridas y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él”.
Jesús terminó preguntando: “¿Quién fue el prójimo de aquel hombre que cayó en desgracia?”
Cuando pensamos en la palabra “prójimo”, nos imaginamos a una persona independiente de nosotros, cercana o lejana.
Para Jesús, la palabra “prójimo” no tiene que ver con la otra persona, sino con la disposición con la que nosotros vemos a los demás.
¿Qué tan “prójimo” es para mí el que padece?, o mucho mejor aún, ¿Qué tan “próximo” a mi corazón es el sufrimiento de los demás? Ello podría denotar también el estado de mi vida espiritual.
La siguiente oportunidad que veas a una persona que sufre, puedes pasarte de largo, o mirarla con los ojos de Jesús, verla como a tu prójimo, y ser movido a misericordia.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”.
— Lucas 10:36-37
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