¿Alguna vez te alejaste de Dios y llegaste a pensar que ya no eras importante para Él?
Jesús contó la siguiente historia: “Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, ¿Qué hará? ¿No dejará las otras noventa y nueve en el desierto y saldrá a buscar la perdida hasta que la encuentre?
Y, cuando la encuentre, la cargará con alegría en sus hombros y la llevará a su casa”.
Apartarse de Dios nunca es un evento instantáneo; es más bien, un proceso lento y silencioso, que se plasma gradualmente en lo oculto e íntimo de la persona. Nos apartamos primero con la mente, luego con las emociones, y finalmente, vamos marcando distancia como la oveja distraída lo hace de su rebaño.
A veces el desencanto nos aleja, a veces el resentimiento nos contamina, a veces el lodo cenagoso nos atrapa, y entonces, nuestra mente comienza a jugarnos malas pasadas: “De seguro, nadie notó que me perdí; de seguro no soy importante para el buen Pastor”.
De pronto, envueltos en esos pensamientos, sentimos una mano firme que nos toma de los hombros. Estamos aterrados de culpa y solo esperamos que algo malo nos suceda.
Para sorpresa nuestra, una dulce voz nos dice: “Te encontré”. Es el buen Pastor que nos abraza con emoción y nos lleva cargados de retorno a casa. ¡Hoy habrá fiesta en los cielos!

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, ¿Qué hará? ¿No dejará las otras noventa y nueve en el desierto y saldrá a buscar la perdida hasta que la encuentre? Y, cuando la encuentre, la cargará con alegría en sus hombros y la llevará a su casa”.
— Lucas 15:4-5
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