La muerte de Jesús en la cruz posibilitó el perdón de pecados para todo aquel que cree en Él, y asimismo, tuvo consecuencias determinantes en nuestra nueva comunión con Dios.
“Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron”.
Es interesante observar la sincronía de los eventos para comprender lo que Dios estaba haciendo.
Al momento mismo de la muerte de Jesús, el velo del templo, que separaba al hombre del lugar santísimo, de la misma presencia de Dios, se partió en dos.
Noten ustedes que el velo del templo no se rasga de abajo hacia arriba, lo que podría insinuar el accionar de algún hombre. Sino que se rasga de arriba hacia abajo, para mostrar la iniciativa de Dios de tener comunión íntima con nosotros, a partir del sacrificio expiatorio de Jesús.
El otro dato importante es que el grosor del velo era de aproximadamente 10 centímetros, lo que hace imposible que un ser humano pudiera romperlo a viva fuerza, mucho menos en sincronía exacta con la muerte del Señor.
Este acto milagroso fue ejecutado portentosamente por Dios para mostrarnos que, gracias al sacrificio de Jesús, ahora tenemos acceso directo a la presencia del Altísimo.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron”.
— Mateo 27:50-51
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