En cierta oportunidad, Jesús habló de dos hombres que subieron al templo a orar. Uno era muy religioso, y el otro era un cobrador de impuestos.
El religioso, puesto en pie, oraba consigo mismo: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este cobrador de impuestos”.
Este religioso oraba puesto en pie porque prefería el reconocimiento de los hombres, antes que el reconocimiento de Dios, que premia al que le busca en secreto.
Otra cosa importante es que este religioso “oraba consigo mismo”. No le estaba orando a Dios, sino a su propio ego personal. Indudablemente, su vanagloria y menosprecio por los demás impedían que sus oraciones lleguen a la presencia de Dios.
En cambio, el cobrador de impuestos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, se reconocía como pecador y apelaba a la misericordia de Dios.
Jesús terminó este relato diciendo: “Les digo que el cobrador de impuestos descendió a su casa justificado. No así el religioso; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”.
No importa tu pasado; todos podemos acercarnos a Dios y pedir perdón. Pero si hay altivez, orgullo, rutina y falta de sinceridad, tal vez te encuentres solo “orando contigo mismo”.

VERSÍCULO DEL DÍA:
“El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano”.
— Lucas 18:11
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