Y Jesús, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota. Allí le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado, y el Señor en medio.
Sabiendo el Salvador que ya todo estaba consumado, dijo: “Tengo sed”. Entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y se la acercaron a la boca.
Cuando hubo tomado el vinagre, exclamó: “Consumado es”. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.
El sacrificio del Señor había culminado de una manera satisfactoria. Los requerimientos de Dios para la salvación del hombre habían sido cumplidos a cabalidad.
Jesús fue el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su vida en la tierra había sido intachable. No merecía morir, pero lo hizo en favor de todos nosotros.
Por eso dijo: “Consumado es”. No hay nada más que hacer. De modo que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
Renovemos nuestro compromiso con el Salvador. Su muerte y resurrección fue solo el inicio para que mucha gente pase de las tinieblas a su luz admirable.
Somos sus discípulos y llevamos en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos (2 Corintios 4:10).

VERSÍCULO DEL DÍA:
“Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu”.
— Juan 19:30
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